Por Gustavo F. Wallberg - Columnista invitado

El último informe de la Universidad Católica Argentina no fue una novedad en cuanto a que la pobreza sigue campante en Argentina. Por desgracia, también cada vez parece menos una novedad que su piso sea paulatinamente mayor. No sólo hay pobreza crónica sino con tendencia creciente, lo que incluye menos recuperación social después que finaliza una crisis económica.

Entre las causas de la pobreza están los ingresos bajos y la falta de empleo. La inflación es un agravante pero no una causa directa. La inflación aumenta la pobreza medida por niveles de ingreso si éstos no se actualizan al mismo ritmo, pero incluso con inflación baja habría pobreza alta si los trabajos no fueran de calidad o no los hubiera. Y como factor indirecto la inflación influye al dificultar la inversión, sea porque complica el cálculo de proyectos sea porque incentiva el uso de alternativas financieras más que productivas.

Claro que las ganancias financieras no son algo malo. El sector financiero genera empleo y es esencial para el apoyo al resto de las actividades productivas. Pero con alta inflación quien piense en hacer inversión fija se verá menos incentivado a “hundir” capital y más a colocarlo en alternativas de alta liquidez y rápida recuperación. Para peor, en una economía de alta inflación es el propio Estado el que genera instrumentos o toma decisiones que alientan esa conducta.

En cuanto a los salarios, el modelo estándar identifica dos fuentes del ingreso de los factores productivos. Una es el valor del bien que se contribuye a crear. Cuanto más valora la sociedad un bien mayor es el precio que está dispuesta a pagar por él, lo que significa mayores montos para repartir entre los factores productivos. O bien, más artículos se venden, aunque sean baratos, y así se genera la masa de ingresos a repartir. La otra fuente es la productividad del trabajador. Es decir, cuánto del producto se debe a él. Una aproximación práctica es cuán sustituible es el factor productivo. Por ejemplo, no se puede construir una vivienda sin obreros pero tampoco sin un arquitecto. Sin embargo, los obreros en general son más reemplazables que el arquitecto y eso influye en la diferencia salarial.

Se podrá decir que hay un costo de formación diferente y por eso los salarios diferentes pero es al revés. Se está dispuesto a correr un costo de formación profesional mayor (cuando se puede) debido a los mayores ingresos que se esperan obtener. Si todo dependiera del costo la manera de hacerse rico sería estudiar la carrera más cara posible y cobrar de acuerdo a eso, pero el mundo no funciona así. De paso, vale en general. Cuanto mayor sea el costo mayor será el precio que se pretenda cobrar, pero un costo alto no garantiza un precio alto. Hay que ver si las personas están dispuestas a pagarlo. Por eso debe verse primero el precio posible y de allí elegir qué costos pagar.

Pero productividad también puede aproximarse por rendimiento físico y con ese enfoque la tecnología es fundamental. La mano de obra rinde más, y por lo tanto tiene chances de cobrar más, cuanto mejor tecnología maneje. De allí que las sociedades de mayor tasa de capitalización son las que pagan mejores salarios.

Esto tiene dos condiciones. Una, que las personas reciban educación adecuada. Eso permite que la persona sea menos reemplazable. También, que sepa manejar la tecnología. La que fuera. Desde cosechadoras computarizadas hasta la aplicación de la llamada inteligencia artificial. Este requisito significa una apuesta social e individual grande. Hay que educar en lo que se sabe será útil para un mercado laboral moderno y redituable pero también con flexibilidad para que las personas puedan adaptarse porque las sociedades y la economía cambian. Además, hay que considerar empleos no necesariamente modernos pero igualmente necesarios. Y quien se educa debe apostar por tener dinero que podría estar ganando, aunque sea poco, en vez de estar estudiando. Es decir, necesidades presentes versus necesidades futuras. Y en este campo Argentina va mal. La tasa de deserción escolar es alta y la de rendimiento de los estudiantes es baja. Poca gente se instruye, y lo hace mal.

La segunda condición es que se invierta en tecnología que aumente la productividad de la mano de obra. En algunos sectores se hace, en otros no. Un ejemplo de actividades avanzadas es la agricultura, donde hay permanentes innovaciones en maquinaria, genética, técnicas de cultivo y gerenciamiento. En la exposición rural de Palermo puede uno hacerse una idea de la dinámica y modernidad de partes del sector. De todos modos, en el agregado la inversión es poca porque son escasas las actividades de alto rendimiento y sobre todo porque la inestabilidad de la economía impide invertir, así como los desequilibrios macroeconómicos causan problemas como la escasez de dólares para importar mejor tecnología.

Dos observaciones finales. Una, que simplemente subir sueldos por decreto o por ley no sirve. Nadie pagaría más de lo que el trabajador aporta a la empresa. De lo contrario, ésta terminará cerrando. La otra, que los planes sociales alivian la pobreza pero en realidad la esconden. Si no fuera por ellos alcanzaría al 50 y no al 43 por ciento de las personas, y la indigencia al 20 y no al ocho por ciento. Los planes no sirven porque no representan un ingreso autosustentable, además del daño que su crecimiento hace a la economía de la que se toma el dinero para pagarlos y la pérdida de dignidad para la persona que lo recibe como ingreso permanente. De manera indirecta se le dice que no sirve para la vida económica y se lo hace dependiente del funcionario encargado de la distribución.

En resumen, educación y equilibrio macroeconómico son dos de las áreas en las que se debe trabajar si se quieren aumentar salarios y contribuir a la reducción de la pobreza.